MARITZA BARRETO

domingo, julio 17, 2011

LA ESTRELLA QUE SE CONVIRTIÓ EN MUJER




¡Cling! De pronto se vio caída en una esquina desconocida, semisentada, con las piernas torcidas y un pie a medio calzar. Quiso recordar quién era, de dónde venía, pero no sabía ni su nombre.
Se levantó. Para cubrir sus muslos tironeó de su vestido, pero era demasiado estrecho y corto. Ya en pie se equilibró sobre sus tacones, demasiado altos para conservar la bípeda estación. Abrió los brazos, sus delicados y largos brazos, hasta que dejó de bambalear, se subió el tirante del hombro izquierdo, movió la cabeza dos, tres veces como para despejarse y luego abrió los ojos sin mesura, se mordió los labios frunciendo el seño y se puso a caminar. Estaba amaneciendo.
A poco andar se dio cuenta de que se hallaba en un puerto. Sabía reconocerlos aunque nunca había estado en uno, los había visto de lejos, de muy lejos. Sabía que allí las penas se curan ¡bah! Se engañan. Eso es: en los puertos, las penas se engañan. Se convenció cuando vio expulsar de los bares a los últimos marineros y en un callejón sin salida, reñir a dos travestis con una prostituta. Sintió caer las pesadas cortinas metálicas de las boites justo antes de que Venus se dejara ver en el horizonte. La noche llegaba a su fin, los pescadores regresaban de altamar con sus botes llenos de corvinas, merluzas y mariscos. Podía ser Valparaíso o Helsinki, tal ves Oporto, en ese momento no importaba.
Caminó sin rumbo, estirando el cuello y balanceando los hombros para parecer natural. Es cierto que su andar no era recto. En realidad nunca su andar había sido recto, pero siempre fue gracioso. Recordó una canción y la tarareó bajito: "se dice que soy fea que camino a lo malevo que soy chueca que me muevo con un aire compadrón". Las panaderías abrían sus puertas y se mezclaba en el aire, un cierto olor a pan y mariscos. Escuchó que alguien le dijo, en idioma inglés, un halago, pero eso no demostraba que estaba en Liverpool.
Entró a un café y pidió desayunar. La camarera le trajo un cortado y una medialuna, entonces supo donde estaba. Se sintió observada por un par de indiscretos varones de la mesa contigua y volvió a luchar con su estrecho vestido de lentejuelas que la hacía parecer como una mujerzuela. Quizás por eso lentejuelas y mujerzuelas van tan bien, pensó. Cuando terminó su desayuno le llevaron la cuenta y no supo por qué metió la mano en su sostén. De ahí sacó la cantidad de dinero suficiente como para dejar también una propina. Se levantó y salió a la calle.
Se encontró en una avenida amplia y gris ¿Como se llama…? No terminó la pregunta cuando una chica que llevaba prisa le respondió "Dieciocho". Quedó sorprendida: "Pregunté cómo se llama. No, cuánto. Dieciocho qué…?" se dijo a sí misma y siguió caminando.
Desvió a la derecha por unas callecitas antiguas, donde transitaban viejos buses y deambulaban rostros sin expresión. Un niño pensaba (y ella pudo leer) "cuando yo sea grande…" Más allá un anciano se preocupaba (y ella pudo leer) "cuando me paguen la jubilación…" y un universitario: "cuando yo me reciba…"
Sería mediodía cuando llegó a la orilla del mar y así como andaba, con la noche pintada en el rostro, se sentó a mirar el horizonte hasta que el sol se escondió. Entonces se develó en su memoria los mil cielos diagonales que surcara desde los tiempos eternos para hacerse admirar por los que sueñan. Y recordó que, cansada ya de montar su espectáculo nocturno, vino a estrellarse al fin en una humilde vereda, quedando con sus alas de cristal destrozadas, toda averiada, olvidando con el golpe lo que fuera: una fugaz estrella.

MARITZA BARRETO
18 de Julio 2011

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viernes, julio 01, 2011

TARDE DE TORMENTA

TARDE DE TORMENTA






Miro tu perfil dormido, recortado contra el cristal emperlecido de lluvia. Más allá las verbenas y lavandas juguetean alegres con el viento.
Miro tu perfil de junio, mientras nos habla el océano con su hablar profundo.

(¿Qué haces con el lápiz en la mano? dices.
Estoy atrapando ideas. Te respondo)

Tu plácido descanso después de los amores, tu aroma y tu suave ronquido en mi hombro, es música de cello en mis oídos.

Tarde de tormenta, afuera.
Aquí,
todo armonía.


MARITZA BARRETO
Viña del Mar, tormenta de junio 2011

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